Sunday, October 04, 2009
Monday, January 22, 2007
Capítulo 2: Napoleón Quispe
Acaba de aparecer la primera entrega del 2007 de la Revista Literaria mexicana HermanoCerdo. Esta edición trae el texto "Napoleón Quispe", que pertenece al capítulo II de Todo comenzó en la Universidad. Para leerlo pueden hacer clic aquí.
Monday, September 25, 2006
Monday, May 01, 2006
URGENTE: Busco un retazo de felicidad
Monday, February 20, 2006
Dos relatos breves en QUIPU
"Tendré que confiar en ella" (242 palabras) en:
http://quipucuentos.blogspot.com/2006/02/tendr-que-confiar-en-ella.html
"3:15 p.m." (992 palabras) en:
http://quipucuentos.blogspot.com/2006/02/315-pm.html
Thursday, September 29, 2005
Todo comenzó en la universidad: la 'historia secreta' de esta ficción
Todo comenzó en la Universidad Orlando Mazeyra Guillén Editorial LIBROS EN RED: Buenos Aires, 2005. http://www.librosenred.com/libros/todocomenzoenlauniversidad.aspx “Desde que escribí mi primer cuento me han preguntado si lo que escribía ‘era verdad’. Aunque mis respuestas satisfacen a veces a los curiosos, a mí me queda rondando, cada vez que contesto a esa pregunta, no importa cuán sincero sea, la incómoda sensación de haber dicho algo que nunca da en el blanco.” Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras. ____ El título de mi primer relato indica certeramente que “Todo comenzó en la Universidad...”, pero, en realidad, todo comenzó en mi habitación. Ya lo tenía muy claro. Sabía que quería contar una historia que girara en torno a un tema que siempre me ha asediado: el racismo; esto me iba a dar pie para, de paso, intentar abordar –someramente, si se quiere– discriminaciones de otras índoles. Durante mis primeras tentativas ficcionales (quiero decir, cuando empecé a fantasear), se presentó ante mí un, hasta ese momento, inalterable recuerdo de la primaria. Para ser más exactos, se dibujó en mi mente la figura de mi tutor del cuarto grado de primaria. Era un hombre menudo de inconfundibles rasgos andinos, y, acerca de él, algunos de mis condiscípulos, hacían comentarios tan furtivos como racistas: “Es un cholazo”. “Es un queso”. “Se parece a esos cargadores de La Parada... sí, esos que mascan coca todo el día”. Fue, como ya dije, una evocación totalmente espontánea. Pero fue, también, la primera vez que, sin darme cuenta, convoqué a uno de los ‘demonios’ de mi infancia. El exorcismo se proyectó en el papel cuando empecé a escribir oraciones que sólo buscaban una cosa: liberarme de él (aunque, infelizmente, todo quedó en el intento; porque siento que cuando uno se vale de las palabras para elaborar conjuros contra los ‘espíritus malignos’ que nos acechan; éstos, en vez de alejarse para darnos algo de sosiego, hacen todo lo contrario: crecen, se expanden y envuelven toda la atmósfera creativa... cada quien juzgue, con total libertad, si ésto es positivo o negativo para el narrador). ¿Por qué quería liberarme de ese señor al que no veía (ni veo) hace una punta de años? Porque, honestamente, fue el profesor que más odié durante toda mi vida escolar. Nunca podré olvidar el día en que, por haber yo realizado sin éxito una adición delante del Director de Estudios del colegio –el Hermano Vicente–, me levantó en peso tomándome de las orejas para posteriormente –y con la ayuda de su grueso cinto de cuero– darme una ejemplar zurra ante la atónita mirada de todos mis compañeros. Mientras se alejaba algo satisfecho y me dejaba empapado en lágrimas (y con ambas orejas encendidas como un par de antorchas) en una esquina del aula, yo lo miraba con un odio indecible. Lo odié con la fibra más íntima de mi ser, le deseé todas las desventuras que el ser humano más pérfido del planeta le puede desear a su peor enemigo. Gracias a él pude darle vida a un personaje fundamental del relato. Y gracias a él también pude tomar la decisión de que el parto del caos en la narración debería tener como protagonistas a un profesor y a un alumno. Ya tenía entonces a dos personajes capitales, pero nada más: lo demás era esa maraña de dudas e indecisiones que casi siempre lo invitan a salir por la puerta falsa: abortar el proyecto. Por esos días, el relato no tenía ni siquiera un título. Todo se resumía a unos cuantos apuntes que, de cuando en cuando, eran distorsionados por las nuevas ideas que llegaban hasta mí, principalmente de dos lugares (que casi siempre se entremezclan y se confunden): mis lecturas y mis recuerdos. La indecisión se evaporó para siempre cuando terminé de leer El Túnel. Me levanté de un brinco de mi cama y supe que mi historia estaría embadurnada de sangre (y cierta dosis de locura). Encendí la computadora, pasé a limpio el borrador y, mientras echaba a volar mi imaginación, la sangre, el amor, las sodomizaciones, los temores, los amagos de locura y el largo etcétera que traté de inocularle a mi relato, se presentaron ante mí y se convirtieron en palabras. Al finalizar el relato sentí una calma interna irreproducible. ¡Por fin! ¡Ya me había deshecho de todos esos personajes que, durante todos los días, se apoderaban de mí! Si no escribía la historia, creo que hubiera llegado a la locura o a algo que se le asemeje bastante. Ya lo había terminado pero no quería que nadie, que no fuera yo, leyera mi relato. Lamentablemente, una amiga de mi clase de Inglés descubrió el manuscrito en las entrañas de mi mochila. –¿Qué es? –me preguntó algo intrigada. –Es una historia. –¿De qué? –Tendrías que leerla –le dije para evitar dar explicaciones al respecto. –¿La escribiste tú? –Sí –le dije de inmediato. –¿Cómo puedes escribir tanto? –me preguntó luego de contar rápidamente el número de páginas. –No lo sé. Simplemente lo escribo y ya. –¿Me lo prestas hasta mañana? Asentí con la cabeza y ella guardó mi relato dentro de un fólder rosado. Luego empezó a conversar en voz baja con su amiga. Al terminar la clase de Inglés ambas salieron y se sentaron en una banca del campus universitario y empezaron a leer mi relato. Mi plan era observarlas a hurtadillas, analizar qué gestos hacían mientras leían. ¿Se aburrirían o no? ¿Terminarían de leer el relato? Lamentablemente no pude hacerlo: –¿Oye, unas chelas en la Taberna de Pepe? –me dijo Lucho y nos fuimos raudamente a tomar unas cervezas heladas. Al día siguiente, antes del inicio de la clase de inglés, mi amiga se me acercó algo temerosa con el manuscrito entre sus manos. Me miró nerviosamente y me preguntó: –¿Eso que escribiste es de verdad? –¿Cómo que de verdad? –le pregunté, escrutando su primera reacción. –O sea –me dijo y se tomó unos segundos antes de proseguir–: ¿eso te ha pasado a ti? –¿Tú qué crees? Agachó la cabeza y se alejó lentamente. Pero su silencio me lo dijo todo. Editorial LIBROS EN RED: Buenos Aires, 2005. http://www.librosenred.com/libros/todocomenzoenlauniversidad.aspx |
Wednesday, September 28, 2005
Talento y Talante
Por Juan Carlos Valdivia Cano (*)___En el cuento hay que ganar por knock out, como prescribía el súper cronopio Julito Cortázar. Y si es posible desde el primer golpe. Y creo que eso ocurre en el relato “Todo comenzó en la universidad” de Orlando Mazeyra Guillén (24), escritor arequipeño que ha obtenido el primer lugar del I Concurso Nacional Universitario “NICANOR DE LA FUENTE” (NIXA) - 2003.
Fue miembro del Jurado, Oswaldo Reynoso, que en los años sesenta-setenta nos despertó con maestría arrancándonos de la niñez y a la vez presentándonos los complicados problemas peruanos, con libros, como “Lima en Rock” o “En octubre no hay milagros”, comparables, -en el espíritu de un adolescente de la época-, a “La ciudad y los perros”, y más intensos aún como remezón existencial o diversión pura. El otro miembro fue Oscar Colchado, ganador del Premio Internacional “Juan Rulfo” 2002 (uno de los más importantes en su género en el mundo hispano) y Premio Nacional de Novela 1996.
Quiero ir al grano y transmitir al lector algo de esta sorpresa inicial, siempre difícil de lograr, (que se puede admirar por ejemplo en las atrapadoras “entradas” de Camus, en “El extranjero” o en “El mito de Sísifo” y que nuestro joven y premiado escribidor arequipeño reedita con éxito:
“POR más que lo he intentado a lo largo de todo este execrable día, no he encontrado (y estoy fatalmente convencido de que nunca encontraré) mejor manera de iniciar este relato que presentándome de la manera más lacónica posible: soy Eduardo Echenique, el joven estudiante de periodismo que ayer mató a Ambrosio Risco; me parece que no hace falta agregar nada más porque hoy, la gran mayoría de diarios y noticieros televisivos del país, se han ocupado de mí hasta el hartazgo.
Poco o nada me interesa saber lo que los demás piensan acerca de mi persona. Pero, tengo que dejar en claro que si no me preocupa en lo más mínimo la truculenta imagen que de seguro millones de peruanos se han formado de mí, no es porque peque de insolente o idiota; lo que pasa es que esa imagen, a parte de falaz, es deleznable. Me explico: a todos aquellos que hoy, luego de verse invadidos por ese sano y hasta plausible deseo de justicia, desean que la policía me capture –y que, posteriormente, la justicia me condene a la aleccionadora pena de la cadena perpetua–, les pasará algo inevitable: ¡se olvidarán!, ¡muy pronto se olvidarán de mí y del horrendo crimen que cometí! ”
Y el relato se ocupa justamente de las circunstancias previas a este crimen, con un negro fondo de racismo a la peruana, y del crimen mismo.
Aunque ya sabemos que no se trata de “escribir cuentos”, sino de saber contar, es decir, de haber nacido con o haber cultivado el don de entretener narrando algo, ficticio o real: una historia bien contada, en suma. Orlando Mazeyra Guillén tiene ese don, que es el don de las palabras, del buen uso y del gusto por el lenguaje, por la sal de la lengua (Barthes), y de ponerle letra al espíritu a través del hermoso y poderoso idioma español. Todo ello para expresarse íntegro y en movimiento, él y su mundo, como solo la literatura puede permitirlo.Este relato premiado confirma también que, para poder decir las cosas literariamente, es menester una especie de talento múltiple y una especial capacidad sicológica para conocer a nuestros más diversos congéneres, incluido su complejo contexto social o histórico y al mismo autor en él.____(*) JUAN CARLOS VALDIVIA CANO optó el grado de Bachiller y el título profesional de Abogado en la Universidad Católica de Santa María (Arequipa, 1975); cursó estudios de Filosofía en la UNSA, y de post grado en la Escolatina de Chile; en Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París y el Ciclo de Doctorado en la Facultad de Derecho de la Universidad de París I. Ha sido discípulo de Giles Deleuze en la Universidad de París VIII y de Michel Foucault en el Colegio de Francia. Entre las obras publicadas por nuestro autor, mencionamos: MARIATEGUI: Perspectiva de la Aventura (1985), CULTURA Y DERECHO (1989), DERECHO POLÍTICO (1991) y 500 AÑOS DE MESTIZAJE (1992). Ha sido galardonado en dos oportunidades por la Fundación alemana Friedrich Naumann Stiftung. En el campo de la docencia universitaria, ha sido profesor de las Universidades Contemporánea de Chile y Privada de Tacna, de la cual fue Decano en la Facultad de Derecho. Actualmente es profesor del Departamento Académico de Ciencias Jurídicas de la Universidad Católica de Santa María y de la Facultad de Derecho de la UNSA.
Comentario del escritor Herbert Morote (*)
Está muy bien logrado el cuento en cuanto a tema y construcción de personajes. El tono es excelente, me hizo recordar a El Guardián entre el Centeno [novela del escritor estadounidense Jerome David Salinger], y eso es todo un honor, creo yo. El punto de vista está bien logrado (...) En resumen: te felicito, has mostrado que tienes un enorme futuro, esto sí te lo puedo asegurar. Sigue trabajando para encontrar tu propia voz, lejos de las influencias cercanas, Bryce o Vargas Llosa. Creo que estás en muy buen camino. |